En los templos, la razón sucumbe ante la fe: por eso Anfield lo es. El mayor, sin duda, en el ámbito futbolístico. Lo sucedido en el feudo red no tiene una explicación lógica, ni merece la pena estrujarse los sesos buscándola. Fue una noche épica en la que el Liverpool volvió a remontar un 3-0 en un partido decisivo de Champions, como ya hiciera en 2005 ante el Milán en Estambul.
El Barcelona, que había ganado en el Camp Nou por 3-0 por la gracia divina de Messi y una cierta dosis de fortuna, naufragó estrepitosamente por segunda temporada consecutiva. Tras la debacle de Roma el pasado curso, la lección debería haber quedado bien aprendida. Sin embargo, un Liverpool plagado de bajas y sin mucho fútbol pasó por encima de los de Valverde, empequeñecidos en un escenario enorme.
Todo lo tenía de cara el Barcelona ante un equipo que parecía gafado. Con Salah, Firmino y Keïta lesionados, las alternativas ofensivas del Liverpool eran escasas. Shaqiri y Origi serían los acompañantes de Mané, con Henderson, Milner y Fabinho formando un centro del campo corto de talento. Sin embargo, el factor Klopp fue decisivo: no existe motivador como el técnico alemán, ni entrenador por el que sus jugadores muestren tanto cariño. Por él cualquiera iría a la guerra, convencido de que va a salir victorioso.
Lo más grave para el Barcelona es que sabían cómo iba a jugar el Liverpool. Todo ocurrió tal y como esperaban. Y en lugar de aplicar las soluciones que seguro habían planteado, los culés se acobardaron. En la primera parte todo pudo quedar resuelto: pese al gol de Origi y los fulgurantes primeros minutos de los reds, Allison tuvo que salvar a los suyos en varias ocasiones. Messi fue el mejor del ataque blaugrana, pero Suárez y Coutinho estuvieron completamente desdibujados ante el que fuera su público. Las ocasiones que el ’10’ decidió finalizar, también las falló. El argentino, aun así, no debe ser el único futbolista del Barcelona capaz de crear ocasiones. La messidependencia es tan evidente como preocupante.
Wijnaldum, héroe inesperado, saltó al césped en el descanso sustituyendo a un lesionado Robertson. Milner, el chico para todo, se colocó en lateral izquierdo. La empresa parecía más difícil si cabe. En la grada, la camiseta del ausente Salah era el mejor reflejo del espíritu red: «Never give up«, rezaba. Y el Liverpool no se rindió.
Otro vendaval. El huracán Klopp pasó por encima del Barcelona. Cayó el 2-0, lo anotó Wijnaldum. Ter Stegen no fue el milagroso salvador que suele ser. Aparecieron los fantasmas, y sin tiempo para reaccionar, el neerlandés repetía con un cabezazo impresionante. El 3-0 de la ida había quedado en nada. El Barça estaba noqueado.
El capítulo final fue el que quedará para la historia. La pillería del joven Alexander-Arnold en un saque de esquina retrató a los blaugranas. Una obra maestra, en cierta manera, porque solo a él se le ocurrió. Origi, solo, remató a la red. Era el 4-0. La locura se desató en Anfield. Sin sus estrellas, el Liverpool había remontado un 3-0 contra el todopoderoso Barcelona. Hasta el final lo intentaron los culés, mas fue inútil. Por suerte, el fútbol no se reduce a táctica, técnica y físico. La mística de Anfield y la mente de Klopp pudieron con todo.
«Nadie quiere ir a Anfield en un partido de vuelta», había comentado con anterioridad Arsène Wenger. Ciertamente, es el último lugar del mundo en el que te gustaría jugártela a todo o nada. Salvo que seas el Liverpool, claro. En pleno debate sobre si es mejor disputar la ida o la vuelta en casa, resulta evidente que si tienes que ir a este tipo de estadios, cuanto antes, mejor.
Jürgen Klopp lleva tres años ganando absolutamente todas las eliminatorias europeas con el Liverpool. Las finales disputadas hasta ahora, eso sí, las perdió. Por ello, se le tacha de loser. Solo uno gana, el resto pierde. El resto fracasa. Mentira. El entrenador alemán cogió a un equipo que ni siquiera peleaba por entrar en Champions y lo ha metido en dos finales consecutivas; algo que, por ejemplo, el Barcelona de Messi nunca ha logrado.
Los escépticos son ahora creyentes. El templo de Anfield acogió y provocó una remontada histórica. El gigante Barcelona se convirtió en minúsculo. Al fútbol, antes que con los pies, se juega con la cabeza. Y en eso, Klopp es el mejor.