Eres de o eres anti. Estás a favor o en contra. Hoy en día parece no haber tercera opción, como para hablar de cuartas o quintas. La crispación ahoga y enturbia el debate público sobre cualquier asunto imaginable. Da la sensación de que todos vivimos enfadados, continuamente, cuando probablemente no sea así. Cuando Jorge Valdano dijo que el fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes, no justificaba los insultos -cuando los males no son mayores- presentes, especialmente en las redes sociales, pero también en la sociedad. No es un problema exclusivo del fútbol, pero quizá por ser de lo que más se hable en este país, en el ámbito del deporte rey la crispación alcanza un exponente muy alto, como lo hace en la política.

De hecho, Valdano se acercaba más -malditas dicotomías- al polo opuesto. El fútbol, dice él, está entre las cosas menos importantes. Partamos de ahí, pues pese a que pueda ser lo más relevante de este grupo, jamás alcanzará al último clasificado entre los aspectos importantes de la vida. La toxicidad del debate futbolístico, de la que los medios de comunicación han sido colaboradores necesarios, alcanza cotas más altas que el Everest, y el camino de regreso al civismo parece imposible, pues nadie se ha encargado de ir dejando migas de pan.

En esta era, un oasis ha aparecido ante nosotros. Hasta el momento, el único debate infecto sobre el fútbol femenino consiste en si, pese a lo que retrógrados e ignorantes puedan pensar, es interesante y puede ser divertido; o por el contrario, hace daño a la vista. Por suerte, los que optan por esta segunda opción se quedan ahí, y no vociferan sobre este precioso deporte cuando no lo juegan hombres. Pese a ser la audiencia inferior, podría ser hasta una ventaja.

Más allá del juego, la naturalidad con la que se tratan asuntos de los verdaderamente importantes es lo que confiere al fútbol femenino ese carácter especial. Lo que lo convierte en pozo de agua en medio del inmenso desierto. La homosexualidad, por ejemplo, es, de manera generalizada, respetada. Hay decenas de jugadoras que afirmado serlo públicamente. La imagen del beso de la sueca Magdalena Eriksson con su novia Pernille Harder, que también es futbolista profesional e internacional por Dinamarca, ha dado la vuelta al mundo y ha sido objeto de admiración por la normalización, como debe ser, de la homosexualidad.

En un mundo en el que es impensable que un hombre que juegue profesionalmente al fútbol se declare abiertamente homosexual, resulta chocante ver cómo, más lejos del foco de atención, el fútbol femenino crece siendo un reflejo de la realidad y no de los prejuicios de la sociedad. Imaginen, por un momento, que un futbolista se declara homosexual. Imaginen que se besa con su pareja al finalizar un partido. Imaginen, yendo más allá pero siguiendo fielmente el ejemplo de Harder y Eriksson, que un internacional español protagoniza una fotografía ataviado con la camiseta de la selección que ha eliminado a España de un Mundial besando a un jugador que ha evitado que La Roja juegue una Copa del Mundo. ¿Cuáles serían las reacciones?

No es de recibo obviar que las habría positivas, de admiración y respeto; pero cuesta no pensar en qué diría, aunque nos pese, el aficionado medio del fútbol: ese que lo usa para canalizar su rabia, vierte estiércol sobre todo el que no considere de los suyos -pues si no es de los suyos, será del rival-, piensa que alabar a un futbolista es sinónimo de ser de su equipo, y valora de una u otra forma el defraudar a Hacienda, según dónde juegue el ladrón en cuestión. Por no hablar de conspiraciones arbitrales, federativas, y del mundo mundial. Porque sí, todos están contra él. Y si no le das la razón, estás contra él. 

Basta con entrar en Twitter y leer cuántos aborrecen el fútbol femenino, pues para ellos, «ni es fútbol ni es femenino». ¿Cómo reaccionarían a la situación descrita anteriormente? Y sí, la discriminación por orientación sexual es un asunto importante, pero si bajamos al mundo de las cosas no tan relevantes, en el que se encuentra el propio fútbol, la situación es extrapolable. Basta de que todo sea blanco o negro: existen cientos de tonalidades de gris. Tanto las barbaridades como las tonterías que se leen sobre fútbol -hace tiempo que el juego en sí no interesa a la mayoría-, no son extensibles en su mayor parte a los partidos femeninos. Quizá porque los trolls y los haters no han entrado en este mundo. Ojalá no lo hagan nunca, y así podamos mantener este oasis en el desierto.