En el primer partido de su última temporada, Aritz Aduriz saltó al terreno de juego en el minuto 87. Solo tocó un balón. Eso le bastó para dar la victoria al Athletic y asombrar al mundo de fútbol. El ariete donostiarra logró un gol de bellísima factura, de auténtico crack. Su remate acrobático hizo que muchos se preguntaran por qué quiere dejarlo en junio de 2020. Y es que marcar de chilena a los 38 es una cosa de locos.

Los 88 minutos anteriores quedaron en el olvido. Que si De Jong estuvo tapado por Raúl García, que si Griezmann no recibió balones, que si Unai López cometió un par de errores graves,… Qué más daba ya, si un tío que se acerca a los cuarenta tacos había sido capaz de hacer en un minuto lo que los jóvenes no pudieron en casi hora y media: marcar un gol.

El fútbol es tan bonito por este tipo de momentos. El delirio colectivo se apoderó de todos los rojiblancos presentes en San Mamés. Niños y abuelos, jóvenes y mayores, hombres y mujeres: todos se volvieron locos y comenzaron a gritar como si no hubiera mañana. Las emociones a flor de piel, el instinto animal, las hormonas o vaya usted a saber qué, pero no es tan fácil hacer saltar a tantas personas al mismo tiempo. Aduriz lo consiguió.

Bufandas al viento, odas al ’20’ y cuatro minutos de resistencia. Tres puntos y más algarabía, más gritos, más felicidad. En el documental sobre la pasada temporada del Leeds United, Marcelo Bielsa afirma que su trabajo consiste, básicamente, en hacer felices a las personas que no pueden serlo de otra manera que no sea el fútbol. Da igual ser entrenador o jugador: el fútbol consiste en intentar hacer felices a los tuyos.

El Athletic duerme líder y Bilbao lo celebra. El eterno Aduriz ha conseguido cambiar el ánimo de muchas personas mandando un balón a una red. Y es que la pasión no entiende de razón. El fútbol ha vuelto, y con él, las emociones que lo acompañan.