Cuando una persona que desaparece es alguien que ha marcado tanto a una generación, es imposible pensar en nada más que el vacío y la incomprensión. En cosa de segundos, quizás menos, salta una noticia que impacta a todo el globo terráqueo. Kobe Bryant, el baloncestista que apadrinó a toda una generación de amantes del baloncesto y el deporte en general, fallecía en un accidente de helicóptero. 

Con él viajaban su hija y algunas compañeras de equipo y padres de las jóvenes, además del piloto. Ningún superviviente y un accidente que, sin siquiera conocer personalmente a Bryant, ha dejado huérfanas a millones de personas. Gente que, por un motivo u otro, descubrió el baloncesto durante este inicio de siglo y, entre las muchas estrellas de la NBA, se encontraban con un jugador que iba más allá de ser un competidor. Era Kobe Bryant, la Mamba Negra. Un anotador incansable, un deportista que iba más allá de lo que entra en los estándares y un hombre que se ha ido de este mundo dejando un legado inolvidable. 

Aún recuerdo la primera vez que oí hablar de él. Era el año 2006 y por aquel entonces, gracias a mi padre, ya tenía alguna noción de lo que era la NBA, pero apenas sabía cosas más allá de la figura de Pau Gasol o el resto de jugadores españoles que estaban en la liga. Ese día, mi padre me contó que un tal Kobe Bryant había anotado 81 puntos en un partido, un hecho que no terminaba de entender del todo, pero que, por las explicaciones de mi padre, entendía que era una gesta. A partir de ese momento comencé a engancharme a la NBA y siempre con Kobe como referente.

Año tras año, Kobe dejaba actuaciones espectaculares y un poster suyo ya ocupaba un lugar en mi habitación. Llegó el verano de 2008 y con ello los Juegos Olímpicos de Pekín. No entendía del todo el concepto de Juegos Olímpicos, pues son los primeros que recuerdo bien, pero tenía muchas ganas de ver a esa selección española de baloncesto que había sido campeona del mundo y soñaba con que ganase al temible Dream Team de los Estados Unidos. No pudo ser, ganaron los estadounidenses y un tal Kobe se convirtió en el antihéroe de todo un país

Pero era imposible odiarle, pues sobre la pista hacía cosas maravillosas y que dejaban a cualquiera con la boca abierta. Y más aún cuando ganó dos anillos al lado de Pau Gasol, su hermano. A partir de entonces, Kobe dejó de ser un jugador admirado para ser el máximo referente que tenía; quería ser como él y soñaba con verle jugar en directo. Y en 2010, en una tarde de octubre inolvidable, Los Angeles Lakers se enfrentó al Fútbol Club Barcelona en un partido que me sirvió para ver a algo parecido a una deidad en directo. Ganaron los azulgrana, pero mi victoria fue poder ver en directo a Bryant, un sueño hecho realidad. 

Pasaban los años y la edad empezaba a hacer mella. Kobe ya no podía jugar al mismo ritmo, pero yo seguía enganchado a la NBA y le seguía como sigo a mi equipo favorito. Él ya no encadenaba grandes actuaciones, pero tenía partidos sensacionales y que me hacían replantearme si era de este mundo o no. Pero llegó el año 2016 y entonces se produjo la retirada de Kobe Bryant, una noticia que no terminaba de comprender, pues pensaba que no se retiraría nunca. Y llegó también su último partido, ante Utah, que me llevó a madrugar para verle protagonizar una actuación irrepetible: 60 puntos y un partido que quedará en la retina de millones de aficionados.

A partir de entonces, Bryant tomó otro papel. Seguía siendo esa leyenda del baloncesto, pero ahora le tocaba dar un paso al lado. Su última acción, como presagio de lo que iba a ser su vida tras la retirada, fue una asistencia. Kobe comenzó a vivir la vida, pero siempre con el baloncesto como compañero. Se dejaba ver en las canchas de la NBA y recibía más aplausos que cualquier jugador sobre la pista. Formó una familia y seguía teniendo millones de seguidores alrededor del mundo que le veían como a un padre baloncestístico. Y llegó el momento que nadie esperaba, ese maldito accidente de helicóptero que se llevo a Bryant y a las 8 personas que le acompañaban.

La noticia heló al mundo. Las reacciones llegaban de todos lados y lloraban la pérdida de una persona que dejó un legado imborrable. Pero, ¿qué ha hecho de Kobe alguien tan especial? Posiblemente su gen competitivo, ya que se dejaba la piel sobre la pista en cada partido; quizás su sonrisa, una imagen que transmitía carisma y se ganaba a cualquier aficionado. Para mí, una campaña que lanzó Nike fue la clave. Fue por su retirada, él anotaba una canasta ganadora y un grupo de aficionados le abucheaba. En ese momento comenzaba una especie de actuación en la que aficionados de decenas de equipos le declaraban su odio y a la vez la necesidad de que forme parte de sus vidas. Porque Kobe Bryant podía ser odiado o amado por los aficionados, pero era necesario en la vida de cualquier persona aficionada al baloncesto

Hoy el baloncesto es menos baloncesto que hace una semana, pero el legado que Kobe Bryant ha dejado ha marcado a una generación y marcará, de forma indirecta al resto. Porque si Jordan cambió el baloncesto, Kobe llevó el término competitividad a otro nivel y nos enseñó que nada es imposible en este deporte si hay detrás dedicación y esfuerzo.