Son días sin triples sobre la bocina. Sin tener que esprintar para coger el autobús. Sin que el portero suba a los saques de esquina porque llega el 90′, y sin tener que disculparse por llegar tarde. Salvamos el mundo desde el sofá, con nuestra absoluta inacción. Son, como dice la canción de Vetusta Morla, días raros.

La mayoría de quienes formamos parte de esta sociedad no hemos vivido tiempos de guerra. Leí en Twitter a un bosnio indignado: estuvo meses encerrado en un sótano en los noventa, sin poder salir ni siquiera al supermercado o a la farmacia. Le parecía inaudito que nos costara tanto quedarnos en casa, con Netflix, la Play Station y todo el entretenimiento del mundo. Supongo que vivir una guerra te pone en tu sitio y te ayuda a relativizar todo lo demás. Desde nuestra eterna (al menos, eso parecía) libertad, nos cuesta más. 

El último fotográma de Jojo Rabbit son unos versos de Rilke: «Deja que todo te pase: la belleza y el horror. Solo sigue adelante. Ningún sentimiento es definitivo». Tutto andara bene, dicen en Italia. Esta extraña situación pasará; y en realidad, deberíamos alegrarnos si es este todo el horror que nos toca vivir. Quizá seamos un poquito más conscientes tras esta experiencia. Hay gente que no se puede preocupar por el coronavirus. Los refugiados que lograron llegar a Lesbos hace un mes, entre tiros de policías griegos. Los que aún siguen en Siria. En Yemen también hay guerra. Y en tantos países más.

Hoy se ha cancelado Wimbledon, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020 serán en 2021, lo que da para pregunta de Trivial en 2080. La Fórmula 1 sigue sin fecha de comienzo, y el fútbol sin fecha en la que acabar la temporada. Hay quienes, ni siquiera en esta situación, han aceptado bajarse el sueldo. Hablamos de futbolistas, la clase más privilegiada del planeta. Marcelo Bielsa lo resumió estupendamente hace años: «son millonarios prematuros«. Otros, aunque se hayan reducido el salario, no llevan tan mal el confinamiento, según muestran en sus redes sociales. Y es que en una mansión con jardín, gimnasio, e incluso piscina en algunos casos, el confinamiento sienta mejor. Debe vivirse bien en las nubes.

Cuando todo pase, volveremos a la butaca del campo de fútbol. Y quizá, por un tiempo al menos, no nos enfademos tanto cuando nuestro equipo encaje. «Al menos no estamos confinados» será el nuevo «podría ser peor». Cuando todo pase, tras semanas sin contacto humano, disfrutaremos más de los abrazos. Del contacto humano, tan necesario y tan poco apreciado. Quizá nos convirtamos en mejores personas, aunque sea por unos días. Intentemos que todo esto sirva para algo: para apreciar lo que tenemos en lo que creíamos anodino día a día, para aprender a relativizar nuestros problemas y para disfrutar más de la vida. Echamos de menos tomar una cerveza con los amigos, no estar en Bali. Nos falta abrazar a nuestra pareja, a nuestra familia; no conocer a Leo Messi o Cristiano. Si algo nos está demostrando esta situación es que no hay que dar nada por sentado. De pronto, todo se puede esfumar y nuestra vida, cambiar.

Son días de surfear emociones: de la tranquilidad al estrés, pasando por el agobio y la tristeza. Tengamos claro que pasará. Evitemos enfadarnos dentro de lo posible, mantengamos la serenidad y pensemos en qué haremos cuando todo pase. Sentarnos en el bar de siempre, caminar por la orilla del río, ver una puesta de sol frente al mar.