Aquel 9 de julio de 2006 parecía estar destinado a ser un día especial. Era el primer domingo que pasaba en Navan, localidad del noreste de Irlanda en la cual iba a pasar casi todo mi verano. El día empezaría con un magnífico sunday roast en uno de esos locales a los que acuden todos los irlandeses los domingos a beber, comer, reír y volver a beber.
El ambiente respiraba a fútbol, pese a que Irlanda no estaba en la final ni había participado en aquella Copa del Mundo. Muchos de los allí presentes portaban sus referencias futboleras en la espalda a pesar de que el rugby o el hurling dominan las retransmisiones deportivas, y eso a dos españoles de 14 años como mi amigo Marc y yo nos hizo sentirnos más cómodos.
Con el día transcurriendo con normalidad, a eso de las 6 de la tarde ya se notaba en todo el bar lo esperadísimo de esta final. Italia y Francia se jugaban la gloría a unos 2000 kilómetros al este de allí, y leyendas del fútbol como Totti, Henry, Buffon, Vieira, Cannavaro o Trezeguet ya se preparaban para ofrecer al mundo una final irrepetible. Pero ninguna de estas estrellas serían los protagonistas de aquella final. La final tendría a otro dos protagonistas.
En el minuto 6 aparecería el primero de ellos. Marco Materazzi, central italiano, cometía penalti sobre Florent Malouda. Pese a algo de discusión, Elizondo lo tenía claro, era penalti. El segundo protagonista aparecería tan solo un minuto después, Zinedine Zidane. El de Marsella sería el encargado de anotar la pena máxima, no sin antes un poco de suspense.
12 minutos más tarde empataría Materazzi, que elevándose por encima de Patrick Vieira remataba un córner botado por Andrea Pirlo para poner el definitivo empate a uno en el marcador. Pero aún quedaba “lo mejor”.
Minuto 108 y el revuelo en campo italiano es enorme. Un hombre en el suelo y jugadores italianos y franceses discutiendo acaloradamente. Las imágenes son claras, tras un ataque de Francia en el que Materazzi y Zidane se ven envueltos en una disputa por la posición, se ve como el italiano le dice algo al oído del francés. Un par de pases de Italia hacia campo francés y el colegiado detenía el juego. Según pusieron la repetición, por fin pudimos entenderlo todo. Zizou le había hundido la cabeza en el pecho a Materazzi y esto, dejaba al italiano tirado en el césped.
La cara de Marc lo decía todo. Era todo un poema de incredulidad y emoción a partes iguales y el silencio que se produjo en aquel local irlandés lo resaltaba. De repente, aquel mito de nuestra corta vida, aquel que era capaz de dejarte con la boca abierta después de cada noche en el Bernabéu, cometería el fallo más grave de su carrera. Con solo 12 minutos para que esta acabara.
Sin duda hablamos de una de las situaciones más escandalosas jamás vistas en una final de la Copa del Mundo y en el final que ninguno queríamos para Zinedine Zidane. Un final que a todos nos ha dejado marcados para siempre.