Érase una vez un bicampeón del mundo de Fórmula Uno que volvió tras dos años de ausencia a la categoría reina del automovilismo. Su nombre es Fernando Alonso, y ha sido capaz -con la ayuda del resto de pilotos que nos han brindado una temporada bestial- de volver a enganchar a su deporte a cientos de miles de españoles.

Esos aficionados se declaran hoy mayoritariamente creyentes en El Plan. Sí, con mayúsculas. Un plan que el propio Alonso ha confesado no saber exactamente en qué consiste, pero a cuya ola de entusiasmo e ilusión se ha subido sin dudarlo. Ha llegado a regalar a Daniel Ricciardo calcamonías con la leyenda #ElPlan y su rostro; y su equipo decidió cambiar en el GP de Abu Dhabi la sobreimpresión del alerón trasero de sus monoplazas: Alpine se convirtió en El Plan.

Volver a ser campeón del mundo, siendo honestos, se antoja casi imposible; pero al menos el asturiano confía en pelear por los primeros puestos, sumar podios y llevarse alguna victoria. El Plan debe de ser algo así.

Ya este año Alonso ha dejado destellos de su gran e indudable talento sobre la pista. Su defensa sobre Hamilton en el Gran Premio de Hungría valió una victoria para el equipo Alpine, y en Qatar fue él mismo quien se subió al podio, solo por detrás de un heptacampeón y del campeón de esta temporada. Fue un podio labrado a base de una magnífica clasificación (5°, que se convirtió en 3° por sendas sanciones a Verstappen y Bottas), un adelantamiento sobre Pierre Gasly en la primera vuelta y un ritmo magnífico de principio a fin. Sin carambolas, sin lluvia. El único evento fuera de lo normal fue la retirada de Bottas.

Tocó sufrir, sí, porque romper una sequía de siete años estaba muy cerca cuando comenzaron a sucederse los pinchazos: Bottas, Norris, Russell y Latifi quisieron estirar sus stints demasiado y lo pagaron caro. Alonso también estaba embarcado en esa estrategia de una sola parada, pero evitando los pianos logró alcanzar la línea de meta en tercera posición. El 98° podio del asturiano, muy merecido dada su gran temporada a partir de las primeras cinco o seis carreras, era ya un hecho.

En su tercera etapa en Renault -ahora renombrado Alpine-, Alonso muestra una actitud muy distinta a la de sus últimos años en McLaren, donde alternaba un pasotismo absoluto con una desesperación inmensa a la que acompañaban cabreos monumentales. Ahora, Fernando se muestra ilusionado. No es para menos: forma una de las parejas más sólidas de la parrilla junto con Esteban Ocon, y las sensaciones en Alpine son positivas.

El Gran Premio de Bahréin, en marzo, será el encargado de poner a cada uno en su sitio. El trabajo que las escuderías llevan años haciendo en la sombra, desarrollando el monoplaza de 2022, quedará al descubierto. Resulta difícil saber quiénes estarán en cabeza, cómo de amplias serán las diferencias entre los equipos, cuántos podrán pelear por podios y victorias. Lo que sabemos es que Alpine tiene un plan. Funcione o no, ese plan ha vuelto a enganchar a muchos a la F1; y Fernando Alonso nos ha ilusionado de nuevo. Pase lo que pase, El Plan habrá merecido la pena. Que nos quiten lo bailado.