El Villarreal siempre perdía en semifinales. Contra el Valencia en la UEFA 2003/04, contra el Arsenal en la Champions 2005/06, contra el Porto en la Europa League 2010/11, contra el Barcelona en la Copa del Rey 2014/15, contra el Liverpool en la Europa League 2015/16. Una maldición no escrita que se aplicaba de muchas maneras: recibiendo goleadas, como ocurrió con la exhibición de Radamel Falcao en Do Dragao; ganando la ida y perdiendo la ventaja en la vuelta, como pasó en Anfield; o de la forma más cruel: fallando Riquelme en la recta final un penalti que valía una final de Liga de Campeones. El Villarreal siempre perdía en semifinales. Siempre, hasta la 2020/21.

Tras superar a RB Salzburg, Dinamo de Kiev y Dinamo de Zagreb, el submarino amarillo disputaría la semifinal de la Europa League ante un viejo conocido: el Arsenal. Los de Unai Emery firmaron un gran partido en La Cerámica, aunque se llevaron a Londres una ventaja corta: 2-1. Los fantasmas del pasado volvían a aparecer. Pero claro, todo es más fácil si tu rival es este Arsenal y no el de Henry, y si tienes al amuleto Unai Emery en el banquillo. Probablemente, el mejor entrenador con el que puedas afrontar esta competición. Resistieron los castellonenses en el Emirates en lo que fue una suerte de venganza, una manera de saldar la deuda histórica de las competiciones europeas con el Villarreal. Al fin, este pequeño municipio de unos 50.000 habitantes, pocos kilómetros al sur de Castellón, vería a su equipo disputar una final.

El escenario, Gdansk; el rival, un grande de Europa como el Manchester United. La empresa se antojaba complicada. No obstante, el equipo español estaba debutando en una final, buscando una Europa League que añadir a unas vitrinas prácticamente vacías, más allá de dos Intertoto y un campeonato de Tercera.

La principal baza del submarino amarillo era Gerard Moreno. El delantero catalán era -y sigue siendo- la pieza capital en ataque de los de Emery. Logró, en una jugada a balón parado, adelantar al Villarreal, desatando la locura entre los desplazados hasta Polonia. Al descanso, los groguets estaban por delante, y el cuadro de Ole Gunnar Solksjaer apenas había logrado crear peligro a una defensa muy seria, comandada por Albiol y Pau Torres.

Un arreón en el arranque del segundo tiempo desembocó en el tanto del empate, obra del uruguayo Cavani. Tocó entonces resistir ante un United crecido, que buscaba con ahínco la portería de Gero Rulli. Los amarillos se mantuvieron firmes y aguantaron el 1-1 hasta el 90′. La prórroga vio cómo las tornas cambiaban y los españoles comenzaban a mandar. Sin embargo, se decidieron a guardar la ropa en vez de a nadar, por lo que todo se resolvería en los penaltis.

Fue una tanda (casi) perfecta. Para los lanzadores, claro. Uno a uno, los veinte jugadores de campo transformaron sus penaltis. Solo quedaban los porteros. Gerónimo Rulli y David de Gea, frente a frente. Uno golpeando, el otro bajo palos. El Villarreal tiraba primero: Rulli no falló. Inmediatamente después, detuvo el disparo del guardameta español del Manchester United. El pueblo de 50.000 habitantes que siempre perdía en semifinales tenía a su héroe, un protagonista inesperado llamado Gero Rulli.

No se puede obviar que el Villarreal tiene detrás a la familia Roig. No es un club de pueblo al uso. Eso sí, tampoco se puede obviar lo bien gestionado que está. No es fácil mantener tan arriba a un club -con la excepción del descenso de 2012, al que siguió un ascenso en 2013- durante dos décadas. Para perder semifinales, para poder perderlas, lo necesario es llegar a esa ronda. Y llegar una vez no es tan difícil, pero hacerlo con la regularidad con la que lo han hecho los groguets estos años es de un mérito tremendo. Quizá lo merecieron antes, pero en las vitrinas del Madrigal -o de La Cerámica, vaya- al fin luce un trofeo de primerísimo nivel.