El salto con pértiga es, probablemente, la disciplina más estética del atletismo. Los saltadores se elevan en el aire, ayudados por esos palos flexibles que los catapultan hacia el cielo, para superar un listón que parece inalcanzable. Sin embargo, solo los mejores transmiten la sensación de volar. Y como Armand Duplantis, eso está claro, no lo hace nadie.

El sueco-estadounidense nació con una pértiga en la mano, la de su padre, saltador con una mejor marca de 5,80. De su madre, también profesional del atletismo, del heptatlón concretamente, heredó la bandera bajo la que compite. Categoría a categoría, fue rompiendo todos los récords, hasta que con 17 años empezó a medirse a los mejores. Tres años más tarde, a sus 20 primaveras, batió la plusmarca mundial absoluta, los 6,16 de Lavillenie; y la más difícil todavía, la que databa de 1994: los 6,14 de Sergei Bubka al aire libre.

Mondo aterrizaba en Tokio convertido ya en icono del atletismo mundial, y si su favoritismo de cara a ganar el oro era evidente, la baja de Kendricks por covid lo colocó prácticamente como única opción de campeón olímpico.

Sin demasiadas complicaciones Duplantis fue superando alturas. Braz, profeta en casa en 2016, no pasó de 5,87. Bronce. Nilsen se quedó en los 5,97, incapaz de alcanzar los 6,02. Plata. A Mondo le sobraron muchos centímetros sobre esa altura en un salto extraordinario. El oro ya era suyo.

Lo que siguió a esa secuencia fue un instante mágico. Un salto para la historia, sobre 6,19. Duplantis clavó la pértiga y voló. Voló. Se elevó por encima del listón mientras todos conteníamos la respiración. Lo tenía. Lo había saltado. El récord del mundo, la gloria olímpica. Pero no. El hechizo se rompió. Un mínimo, levísimo roce cuando Mondo ya caía acabó por derribar, a cámara lenta, el listón.

El segundo intento fue un desastre, aún sin recomponerse del todo, sabiendo que lo había saltado pero oficialmente no lo había saltado. A la tercera, se quedó de nuevo cerca, pero no tanto como en ese primer vuelo sobre 6,19, un centímetro más que su actual plusmarca mundial.

Un oro olímpico colgado en el cuello del principal favorito, sin marca estratosférica ni duelo ajustadísimo, tiene muy difícil entrar en una recopilación de los mejores momentos deportivos del año. Sin embargo, el vuelo de Duplantis representa mejor que ningún otro todos los casi. Y además, a pesar de no batir su propio récord, nos ganó a todos aprovechando la oportunidad del escaparate incomparable que suponen los Juegos Olímpicos. Su forma de saltar, tan natural, encandila. Tiene el carisma de los más grandes. Y no sabemos cuándo, pero saltará los 6,19, y probablemente más. En Tokio demostró ser perfectamente capaz de hacerlo.