A la antigua usanza, sin potentes y numerosos equipos con los roles claros ni pinganillos: así es el ciclismo en los Juegos Olímpicos. Estas diferencias respecto al funcionamiento habitual en este deporte abren el abanico de candidatos y no es extraño que se produzcan sorpresas. Sin embargo, que el oro se lo lleve alguien que ni siquiera es profesional resulta desconcertante, a la par que fascinante.

La victoria de Anna Kiesenhofer en la prueba en ruta de Tokyo 2020 es una lección para todos. Tras solo un año en un equipo amateur y unos meses como profesional, la ciclista austriaca anunció su retirada del deporte de competición en 2017, con 26 años, asegurando estar encantada de regresar a la investigación en matemáticas, campo en el que es doctora. Lesiones y enfermedades provocaron que no terminara ninguna carrera en su breve etapa como profesional. Sin embargo, Kiesenhofer siguió participando en algunos campeonatos en su país natal: en 2019 se proclamó campeona de Austria tanto en ruta como en contrarreloj, y en esta misma disciplina terminó quinta el Campeonato de Europa. En 2020 y 2021 también fue la austriaca más rápida contra el crono.

Nadie contaba con ella para terminar entre las primeras en Tokio. Desde el mismo kilómetro cero, se filtró en la escapada con otras cuatro ciclistas y pedaleó sin mirar atrás. A cuarenta de meta, ya rodaba en solitario. En el pelotón, la selección de Países Bajos, inmersa en una lucha de egos, tardó en ponerse a trabajar. Fueron cazando a las fugadas hasta que pensaron que no quedaba nadie por delante. Annemiek van Vleuten cruzó la meta situada en el circuito de Fuji celebrando lo que creía que era un oro olímpico. Pero antes había llegado Kiesenhofer. Protagonista de una historia de tiempos pretéritos, de cuando los GPS y los pinganillos no dominaban el ciclismo, la austriaca era la dueña de esa medalla de oro.

Mientras van Vleuten se daba cuenta de lo que en realidad había pasado -que la medalla que se llevaría era la de plata-, pocos metros después de la meta, tirada en el suelo, casi convulsionando, Anna Kiesenhofer buscaba aire que llevar a sus pulmones. Su titánico esfuerzo había tenido premio. Con una bicicleta comprada por ella misma en una tienda -como haríamos cualquiera de nosotros- y entrenándose a sí misma, sin nutricionista ni estratega, la matemática austriaca se colgó el oro olímpico.

La amateur venció a las profesionales. Esto no demuestra que lograrás todo lo que te propongas, pero sí que si te lo propones, puedes lograrlo. La puerta a la sorpresa siempre está abierta. Y no es una cuestión de azar. El trabajo de Kiesenhofer, el entrenamiento realizado para llegar a los Juegos, perfectamente podrá estar a la altura del de quienes compiten en los mejores equipos del mundo. Tiene calidad suficiente para ser profesional, pero no quiere asumir todo lo malo que también conlleva el deporte profesional. Prefiere dedicarse a las matemáticas. Ya probó esa experiencia y lo pagó en salud. En una entrevista estos últimos meses reconocía que no se fía de los entrenadores. Y quién le va a decir que se equivoca por ser su propia preparadora a toda una campeona olímpica.

La suya es, probablemente, la historia de estos Juegos Olímpicos. Con 30 años y sin grandes triunfos fuera de Austria, desafió toda lógica y ganó. Merecidamente, escapada desde el inicio, no la pudieron atrapar. El pelotón infravaloró las capacidades de las escapadas y a Kiesenhofer la vieron en meta. La suya es la victoria de los amateur en unos Juegos que, lejos de lo que fueron en sus inicios, están totalmente profesionalizados. La suya es la victoria de todos los no-profesionales.