Es ese momento del año. Ese en el que Mikel Landa se dispone a asaltar la general de una gran vuelta, tras superar por enésima vez los violentos reveses con los que lo golpea la cruel diosa a la que llaman fortuna. En 2021, el ciclista alavés ni siquiera pudo terminar una grande, en una temporada marcada por su terrible caída en el Giro d’Italia.

La realidad, los resultados más bien, hablan de Landa como una promesa que se perdió por el camino, que no ha logrado los éxitos que apuntaba poder conseguir. Solo se ha subido una vez al podio en una carrera de tres semanas: fue en 2015, en la ronda italiana, al terminar tercero por detrás de Contador y un inferior pero favorecido por el equipo Fabio Aru. Si Astana hubiese apostado por Mikel, si Martinelli no le hubiese ordenado esperar al italiano, ¿qué hubiera pasado? Es el primer «y si» de todos los que han marcado la carrera del de Murgia.

Sky le prometió entonces ser su líder en la corsa rosa a cambio de actuar como gregario de lujo de Froome en el Tour. Sin embargo, el infortunio, en forma de enfermedad en 2016 y de caída causada por un coche mal aparcado en 2017, volvió a dejarle sin opciones en el Giro. En la ronda gala de ese último año, pese a haberse dedicado principalmente a ayudar a su líder, se quedó a tan solo un solo segundo del podio, finalizando cuarto por detrás de Bardet. Tenía piernas para más.

Lo de Movistar parecía mala idea incluso antes de aterrizar. El triunvirato Landa-Quintana-Valverde resultó un fracaso sin paliativos, y para colmo, cuando al fin acudía como líder del conjunto telefónico a una carrera de tres semanas -el Giro de 2019-, caída en la tercera etapa, eclosión de Richard Carapaz, y nueva oportunidad perdida.

En 2020, ya en el equipo Bahréin, la pandemia trastocó la temporada. Todos los gallos se centraron en el Tour, y Landa, que perdió tiempo en los abanicos de la primera semana, logró igualar su mejor resultado, terminando cuarto la Grande Boucle. Y la pasada campaña, tras haber transmitido junto a Bernal las mejores sensaciones en la primera etapa montañosa del Giro, caída al día siguiente y directo al hospital.

Son casi cuatro párrafos de desgracias sobre un ciclista que, por potencial, debería haber ganado mucho más. Es la historia de un eterno perdedor que no deja de nunca de intentarlo. Mikel es la antítesis del treno del Sky del que él mismo formó parte, es lo contrario a ese estilo que ha dominado el ciclismo la pasada década. En tiempos de Enric Mas, al que no le pega el aire en la cara ni en una contrarreloj, con Landa uno tiene la certeza de que lo va a probar, de que va a dar espectáculo, de que va a atacar agarrado de abajo.

De nuevo estamos a escasos días de que arranque el Giro, principal objetivo del alavés. Y una vez más, nos ilusiona. Nos dice que llega con fuerzas. Que se ve en tan buena forma como el año pasado. Que se siente superbién. Mikel viaja hoy a Budapest y asegura que no firma un podio en el Giro. Nos lo creemos como las ovejas siguen a su pastor. Aunque, siendo sinceros, somos conscientes de que lo más probable es que llegue la enésima decepción: un virus, una caída, un abanico, un fallo en su preparación, diferente a la de temporadas anteriores; o todas las anteriores de golpe. Pero nos da igual.

Hay que poner en valor a estos corredores que son capaces de enganchar a los aficionados. Ganen o no, son absolutamente necesarios; y por suerte, las nuevas generaciones vienen con esta lección aprendida. El futuro del deporte será entretenido o no será.

Perseguido por la desgracia para muchos, sobrevalorado para otros, Mikel Landa es un ciclista que planta batalla y da la cara, sí, pero que pierde más que gana, como casi todos en la vida. Quizá por eso nos guste tanto. Y porque, sobre todo, nunca deja de intentarlo. En este Giro, y siempre, landismo o barbarie.