Sobre el tartán del Stade de France que primero vio triunfar al VII bleu liderado por Dupont, Femke Bol logró una remontada épica en el 4x400m mixto para después sucumbir ante la bestia Sydney McLaughlin en su duelo particular sobre los 400m vallas. La neerlandesa trató de seguir a la estadounidense, que batió su plusmarca mundial, en una misión kamikaze que terminó en bronce y gracias. «Si quieres, puedes» no siempre es verdad. De hecho, es más veces mentira. Que se lo digan a Carolina Marín, rota de dolor, grito sobrecogedor, tras volver a sufrir una grave lesión de rodilla cuando acariciaba la final, y por tanto, las medallas. La onubense, que siempre ha hecho de su fortaleza mental su mayor virtud, se ha topado de nuevo con la dura realidad. No basta con pensar que uno mismo puede, en el bádminton, en el deporte o en el día a día. El infortunio, la tragedia, son también parte de la vida.
Las historias de superación que exhaltan los Juegos Olímpicos son dignas de elogio, pero ocultan la realidad de otras historias que nunca serán contadas porque con idéntico esfuerzo y afán de superación sus protagonistas no lograron la gloria.
Capítulo aparte merecen los héroes que parecen exceder la humanidad. Armand Duplantis, en un momento que rozó la mística, con un estadio y medio mundo pendientes, se elevó hacia los cielos para superar ese listón imposible en los 6 metros y 25 centímetros, en un vuelo celebrado al unísono por aficionados y rivales. Nuevo récord del mundo para el pluscuamperfecto Mondo, que parece venir de otro planeta. Dice Guillermo Giménez, narrador de la NBA en España, que de por ahí afuera viene también Stephen Curry, que salvó a Estados Unidos en semifinales y sentenció la final con cuatro triples en tres minutos, el último de ellos propio de, efectivamente, alguien que sabe que hay vida en otros planetas. La sensación imperante es que son dos de esos deportistas que nacieron con un destino claro: hacer exactamente aquello a lo que se dedican con máxima brillantez, como otrora Usain Bolt o Michael Phelps.
Viudos aún del jamaicano, los 100m lisos fueron los más igualados de la historia: triunfó Noah Lyles, que enfermó después de covid y en los 200m solo pudo ser tercero. En categoría femenina, cerca del doblete de la velocidad (oro y plata finalmente) estuvo Julien Alfred. Eclipsada al final por el triplete de oros de Gabby Thomas (200m, 4x100m y 4x400m), otorgó sin embargo las primeras medallas de la historia a Santa Lucía; lo mismo que logró para Dominica Thea Lafont, campeona olímpica de triple salto. Albania al fin tocó metal en París 2024 y Guatemala se llevó su primer oro, en tiro. Los Juegos son cada vez más globales.
En la piscina, hubo Rey Léon. Marchand logró cuatro oros en casa, empujado por su afición, y un bronce en el relevo 4x100m estilos. Detrás de la gesta, tres años de máximo esfuerzo -a un nivel incomprensible por nosotros, los mortales- entrenado por Bob Bowman, quien dirigiera años atrás al mejor nadador de la historia, Phelps. A sus 22 años, al francés se le augura un brillante futuro, pero qué decir del de Summer McIntosh. 17 primaveras contemplan a la canadiense, que se llevó tres oros y una plata de París. En los 400m, de hecho, fue 2ª por delante de la legendaria Katie Ledecky, que se confomó con ese bronce y con ser 1ª en los 800m y en los 1.500m. Nueve oros olímpicos: es junto a Larisa Latynina la mujer más laureada de la historia de los Juegos.
No logró alcanzar esa cifra Simone Biles, bien encaminada con tres oros en sus tres primeras finales, pero que no pudo hacer pleno el último día: plata detrás de la brillantísima Andrade en suelo y agua en la barra, allí donde obtuvo su única medalla en su convulso paso por Tokyo. Su retorno glorioso, no obstante, es un ejemplo de superación digno de elogio.
Los dobletes de Remco Evenepoel o Jessica Fox contrastan con el llanto desconsolado de Uta Abe, judoka japonesa, favorita en su prueba, apeada a las primeras de cambio. Gianmarco Tamberi pasó del oro en Tokyo a quedarse muy lejos en París, aquejado de problemas de salud; mientras que Lisa Carrington sumó tres oros más a su palmarés -la piragüista neozelandesa acumula ya ocho-. En las calles de la capital francesa, Eliud Kipchoge, campeón de la maratón en Río y Tokio, se descalzó y aguardó el paso del último atleta, poco después del kilómetro 30, para retirarse. Y ejemplo son todos ellos, de lo que es la vida, de que a veces se pierde -se fracasa incluso- y a veces se triunfa. De que dar el cien por cien o más no es garantía de nada.